Un homenaje a Roberto Bola?o
El Pa'is, Babelia, s'abado 6 de septiembre de 2003
Le dec'ia en una carta Franz Kafka a Felice Bauer: "En este sentido, escribir es un sue~no m'as profundo- Como la muerte. Del mismo modo que no se saca ni se puede sacar a un muerto de su sepultura, nadie podr'a arrancarme por la noche de mi mesa de trabajo". Estas palabras de Kafka me trajeron ayer el recuerdo de Roberto Bola~no y de su actitud ante la vida y la escritura, el recuerdo de todos esos a~nos en los que se dedic'o, sin tregua alguna y con intensidad fuera de lo normal, a entrelazar sue~no profundo, muerte y caligraf'ia.
Tambi'en Marguerite Duras, en las 'ultimas p'aginas de Eso es todo, me trajo ayer la memoria de Bola~no: "Ya est'a. Estoy muerta. Se ha terminado". Y poco despu'es, tras una breve pausa: "Esta noche vamos a tomar algo muy fuerte. Un plato chino, por ejemplo. Un plato de la China destruida". Ayer, al releer estas palabras de Duras, quise entender que para ella la China destruida era su infancia ya totalmente arrasada, devastada, tan devastada como la vida de Bola~no. Y poco despu'es, el tema de fondo de la muerte, asociado a esa idea de tomar algo muy fuerte, me llevaron a pensar de nuevo en este escritor chileno desaparecido en Barcelona, este cal'igrafo del sue~no que ha dejado a sus lectores literatura pura y dura, una obra de creaci'on seria y sin medias tintas, un plato fuerte de la China destruida.
Todo lo que ayer le'ia o pensaba -la verdad es que, como se ve, hoy sigo igual, por eso escribo ahora sobre Bola~no- me llevaba a relacionarlo con el escritor desaparecido. Y as'i esa infancia devastada llamada China, por ejemplo, no tard'e en enlazarla con la obra de Georges Perec, ese autor que tanto fascinaba a Bola~no. Perec, el de las asociaciones delirantes. Perec, escritor sin infancia. Perec tal vez malogrado, en todo caso prematuramente muerto, como bola~no. Perec, para quien escribir era arrancar unas migajas precisas al vac'io que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos. Perec, que vino al mundo en 1938 y nunca estuvo en China y ten'ia un estilo m'as bien c'omico, a pesar de que hab'ia nacido de una familia de jud'ios polacos y perdi'o a su padre en la invasi'on alemana de 1940 y a su madre en 1943 en un campo de concentraci'on. "No tengo recuerdos de infancia", escribir'ia m'as tarde el hombre que nunca estuvo en China, pero ten'ia un pasado devastado. Me acuerdo de una fotograf'ia en que muy especialmente asoma ese drama. Est'a hecha en el 24 de la Rue Vilin de Par'is, donde el escritor naci'o, est'a hecha unos d'ias antes de que la calle desapareciera y con ella los restos de la casa natal, en cuya fachada de ladrillos a'un pod'ia leerse esta inscripci'on: Peluquer'ia de se~noras. Su madre, treinta y cinco a~nos antes hab'ia sido la peluquera de aquella calle de las afueras de Par'is, y Perec acompa~n'o a una amiga a fotografiar los restos del negocio materno poco antes de que las excavadoras hicieran su aparici'on y borraran del mapa la serpenteante Rue Vilin y el barrio entero.
Perec, que vio como desaparec'ia su casa natal y el borroso letrero del negocio de su madre peluquera, y unos a~nos despu'es a una edad temprana y en plena efervescencia creativa, desapareci'o tambi'en 'el, dejando escrita una obra que es una fuente inagotable de sucesos misteriosos y asombrosa erudici'on, una obra admirable, escrita en un apretado, intens'isimo (como si anduviera falto de tiempo) periodo creativo que me recuerda la intensidad de escritura del Bola~no de los 'ultimos a~nos, de ese Bola~no, que, consciente que la sombra de la Muerte hab'ia proyectado sobre 'el, se dedic'o febrilmente, con obstinaci'on 'unica, a la heroica tarea de escribir, de reflejar su existencia ciega, su itinerario pertinaz de escritor de raza, de escritor consciente de que la muerte no s'olo quer'ia arrasar sus recuerdos de infancia sino destruir la China y despu'es destruirlo todo.
Supongo que no exagero si digo que, en sus 'ultimos a~nos, nadie era capaz de arrancar por la noche a Bola~no de su mesa de trabajo. Precisamente, la intensidad febril del itinerario literario de sus 'ultimos a~nos me trae el recuerdo de una mesa ro'ida por la carcoma a la que Perec, con su misterioso talento para sacarle partido a todo, supo convertir en un objeto fascinante: "Fue entonces cuando se le ocurri'o la idea de disolver la madera que quedaba, con lo que hizo visible aquella arborescencia fant'astica, representaci'on exacta de lo que hab'ia sido la vida del gusano en aquel fragmento de madera, superposici'on inm'ovil, mineral, de cuantos movimientos hab'ian constituido su existencia ciega, aquella obstinaci'on 'unica, aquel itinerario pertinaz: (…) imagen desnuda, visible, enormemente turbadora de aquel caminar sin fin, que hab'ia reducido la madera m'as dura a una red impalpable de precarias galer'ias".
No me resulta dif'icil asociar ese intenso y pertinaz itinerario literario del Bola~no final con la intensidad de escritura del Perec de sus 'ultimos a~nos, ese Perec al que Bola~no admiraba y conoc'ia muy bien. Una red impalpable de precarias galer'ias une el segundo bloque de Los detectives salvajes con las mil y una historias de La vida instrucciones de uso del ciudadano Perec. Esas galer'ias se hicieron ayer totalmente visibles en mi estudio cuando, por puro azar, mientras buscaba unos papeles, apareci'o entre ellos una carta de 1997 que Bola~no me hab'ia escrito en una pausa de su lectura de un libro que yo acababa de publicar. "Conozco tambi'en esa foto: una fachada de ladrillos y una puerta hecha con cuatro tablones de madera, encima de la cual, sobre los ladrillos, est'a pintada la leyenda Peluquer'ia de se~noras. Por ahora es el texto de tu libro que m'as me ha conmovido. Me ha hecho llorar y me ha hecho recordar al gran Perec, el novelista m'as grande de la segunda mitad de este siglo".
No recordaba para nada esa carta y la verdad es que me conmovi'o ayer dar con ella, y me dej'o pensando en ciertas instrucciones de uso de la vida que nos ha dejado Bola~no. Una de esas instrucciones me lleva a evocar a Montaigne que, cuando era joven, cre'ia "que la meta de la filosof'ia era ense~nar a morir" y que, con la edad, acab'o rectificando y dijo "que la verdadera meta de la filosof'ia es ense~nar a vivir", que es a lo que me parece que se dedicaba Bola~no en los 'ultimos a~nos de su existencia. "Para Roberto", ha escrito Rodrigo Fres'an, "ser escritor no era una vocaci'on, era un modo de ser y de vivir la vida".
Viv'ia la vida de tal forma que nos ense~naba a escribir, como si estuviera dici'endonos que jam'as hay que perder de vista que vivir y escribir no admite bromas, aunque uno sonr'ia. Sonr'io de una manera infinitamente seria cuando recuerdo que en los 'ultimos tiempos muchos de los textos que me dispon'ia a enviar por correo para que fueran publicados pasaban, tal vez por un exceso de celo por mi parte, por una revisi'on de 'ultima hora, provocada por mis repentinas sospechas de que tal vez Bola~no los viera y leyera. Gracias a esto, gracias a que ten'ia la impresi'on de que Roberto lo le'ia todo, pas'e a vivir en un estado de constante exigencia literaria, pues 'el hab'ia colocado el list'on muy alto y no deseaba decepcionarle, por ejemplo, con alg'un texto descuidado, con uno de esos escritos en los que, por mil motivos distintos, uno no arde lo suficiente o, lo que es lo mismo, no pone toda la carne en el asador. Eso acab'o convirtiendo alguno de mis textos en historias interminables que no hac'ian m'as que crecer y crecer, sobre todo cuanto m'as me acordaba de la mirada omnipresente de Bola~no: historias que se volv'ian infinitas y se me convert'ian en detectives salvajes. Y as'i yo llegu'e a presenciar, por ejemplo, c'omo un texto (que, por estar destinado a una revista de tercera divisi'on, consideraba secundario) comenzaba a crecer en distintas direcciones y se transformaba en una novela, la mejor de las m'ias. Y todo por la maldita altura a la que Bola~no hab'ia colocado el list'on.