Шрифт:
Esta hab'ia desmontado sin abandonar su lazo. Con la astucia y la ligereza de un indio empez'o 'a marchar 'a gatas por la suave pendiente, sin que el m'as leve ruido denunciase su avance. A pocos metros de aquel hombre se incorpor'o, riendo en silencio de su travesura, mientras hac'ia dar vueltas al lazo con vigorosa rotaci'on, dej'andolo escapar al fin. El c'irculo terminal de la cuerda cay'o sobre el joven, estrech'andose hasta sujetarlo por mitad de sus brazos, y un ligero tir'on le hizo vacilar en su asiento.
Mir'o enfurecido en torno 'e hizo un adem'an para defender-se; pero su c'olera se troc'o en risue~na sorpresa al mismo tiempo que llegaba 'a sus o'idos una carcajada fresca 'e insolente.
Vi'o 'a Celinda que celebraba su broma tirando del lazo; y para no ser derribado, tuvo que marchar hacia la amazona. 'Esta, al tenerle junto 'a ella, dijo con tono de excusa:
– Como no nos vemos hace tanto tiempo, he venido para capturarle. As'i no se me escapar'a m'as.
El joven hizo gestos de asombro y contest'o con una voz lenta y algo torpe, que estropeaba las s'ilabas, d'andolas una pronunciaci'on extranjera:
– !Tanto tiempo!… ?No nos hemos visto esta ma~nana?
Ella remed'o su acento al repetir sus palabras:
– !Tanto tiempo!… Y aunque as'i sea, gringo desagradecido, ?le parece 'a usted poca cosa no haberse visto desde esta ma~nana?
Los dos rieron con un regocijo infantil.
Hab'ian retrocedido hasta donde aguardaba el caballo, y Celinda se apresur'o 'a montar en 'el, como si se considerase humillada y desarmada permaneciendo 'a pie. Adem'as, «el gringo», 'a pesar de su alta estatura, quedaba de este modo con la cabeza al nivel de su talle, lo que proporcionaba 'a Flor de R'io Negro la superioridad de poder mirarlo de arriba abajo.
Como a'un ten'ia el extranjero el c'irculo de cuerda alrededor de su busto, Celinda quiso libertarle de tal opresi'on.
– Oiga, don Ricardo; ya estoy cansada de que sea mi esclavo. Voy 'a dejarle libre, para que trabaje un poquito.
Y sac'o el lazo por encima de sus hombros; pero al ver que el joven permanec'ia inm'ovil, como si en su presencia perdiese toda iniciativa, le present'o la mano derecha con una majestad c'omica:
– Bese usted, mister Watson, y no sea mal educado. Aqu'i en el desierto va usted perdiendo las buenas maneras que aprendi'o en su Universidad de California.
Ri'o 'el ingeniero del tono solemne de la muchacha y acab'o por besar su mano. Pero la miraba con la bondad protectora de las personas mayores que se complacen celebrando las malicias de una ni~na traviesa, y esto pareci'o contrariar 'a la hija de Rojas.
– Acabar'e por re~nir con usted. Se empe~na en tratarme como una muchachita, cuando soy la primera dama del pa'is, la princesa do~na Flor de R'io Negro.
Continuaba Watson sus risas, y esta insistencia venci'o finalmente la fingida gravedad de la joven. Los dos unieron sus carcajadas; pero la se~norita Rojas mostr'o 'a continuaci'on un inter'es maternal, que le hizo enterarse minuciosamente de la vida que llevaba su amigo.
– Trabaja usted demasiado, y yo no quiero que se canse, ?sabe, gringuito?… Es mucho quehacer para un hombre solo. ?Cu'ando viene su amigo Robledo?… De seguro que estar'a divirti'endose all'a en Par'is.
Watson habl'o tambi'en con seriedad al oir el nombre de su asociado. Estaba ya de regreso y llegar'ia de un momento 'a otro. En cuanto 'a su trabajo, no lo consideraba anonadador. 'El hab'ia hecho cosas m'as dif'iciles y penosas en otras tierras. Mientras los ingenieros del gobierno no terminasen el dique, lo que trabajaban Robledo y 'el era 'unicamente para ganar tiempo, pues los canales de nada pod'ian servir sin el agua del r'io.
Hab'ian empezado 'a caminar, 'e insensiblemente se dirigieron hacia el pueblo. Ricardo marchaba 'a pie, con una mano apoyada en el cuello del caballo y los ojos en alto, para ver 'a Celinda mientras hablaba. Los peones, dando por terminado el trabajo, recog'ian sus herramientas. Como los dos quer'ian evitar un encuentro con los grupos que regresaban al pueblo, siguieron avanzando lejos del r'io, por donde empezaba 'a elevarse el terreno, formando la pendiente de la altiplanicie pampera.
Al subir la hinchaz'on de un contrafuerte de esta muralla que se perd'ia de vista, contemplaron 'a sus pies todo el antiguo campamento convertido en pueblo y la amplitud lacustre formada por el r'io ante el estrecho donde iba 'a construirse el dique.
El campamento era un conglomerado de viviendas levantadas sin orden: chozas hechas de adobes con cubierta de paja, casas de ladrillo con techos de ramaje 'o de cinc, tiendas de lona. Las construcciones m'as c'omodas eran de madera y desarmables, estando ocupadas por los ingenieros, los capataces y otros empleados. Por encima de todas las viviendas emerg'ia una casa de madera montada sobre pilotes, con una galer'ia exterior ante sus cuatro fachadas: un bengalow desembarcado en Bah'ia Blanca semanas antes por encargo del italiano Pirovani, contratista de las obras del dique.