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En las alas del sue?o
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Alexandrova Marina

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En aquella 'epoca Madrid a'un no era la capital de Espa~na y parec'ia una ordinaria ciudad de provincias, sin embargo la corte real no estaba lejos. All'i, en la ciudad de Toledo, estaba en el servicio militar el hermano mayor de Marisol, que era un caballero de Su Majestad el Rey.

Por ser menor de edad el sucesor al trono, Carlos I, nieto de Isabel y Fernando, c'onyuges ya fallecidos – sus padres ya hab'ian pasado a mejor vida – el estado estaba gobernado por un regente.

Sin embargo aunque la ciudad no era la capital, las muchachas se alegraban paseando en el coche por sus calles, despu`es de muchos a~nos de encierro en el monasterio. Los cascos de los caballos trotaban por el pavimento arrastrando el coche. Los ciudadanos de a pie y caballeros, sobre todo los j'ovenes, no dejaban de prestarles atenci'on a las se~noritas. Las amigas iban alborotando y ri'endose con regocijo, mientras el cochero intentaba rega~narlas explic'andoles que no era decente para las chicas j'ovenes portarse as'i.

– !Vaya! Por aqu'i, igual que en el monasterio, no hay ninguna libertad – se lament'o Elena.

– Bueno, amiga, nos vamos al Sur, a nuestra finca, !creo que all'i no nos van a sobreproteger de la misma manera que en Madrid! – se ri'o Marisol.

Pronto se encontraron en una de las plazas de la ciudad, donde se realizaban ejecuciones, y Elena cont'o que hac'ia unos d'ias por aqu'i hab'ian sido quemados herejes.

– ?Quienes son los herejes? – le pregunt'o Marisol.

– No lo s'e exactamente, mi abuela dice que estas personas no reconocen la Escritura Sagrada y se oponen al Papa.

– ?Acaso es un motivo para quemar a la gente? – se sorprendi'o Marisol.

En respuesta Elena solo se encogi'o de hombros.

Se acercaron al lugar. En la plaza estaban preparando le~nas para un nuevo fuego.

– Ma~nana volver`an a quemar a alguien – advirti'o Elena.

Marisol se sinti'o mal.

– V'amonos de aqu'i lo m'as pronto posible – le dijo al cochero.

El humor fue estropeado, y en el alma de la chica se qued'o un regusto amargo.

– Se me quitaron las ganas de pasear – le dijo a su amiga.

Al cabo de unos d'ias las impresiones hoscas producidas por el paseo, se desvanecieron, y las dos amigas, acompa~nadas por la abuela de Marisol, do~na Mar'ia Isabel, dejaron Madrid dirigi'endose al sur del pa'is, a Andaluc'ia, en donde se encontraba un gran latifundio, que era patrimonio de la familia de la Fuente. El dominio se encontraba cerca de C'ordoba.

La finca fue donada a los antepasados de do~na Encarnaci'on por el rey, a'un en el siglo XIII, despu'es de la expulsi'on de los musulmanes desde C'ordoba. Los nuevos due~nos durante casi dos siglos, con mucho af'an, hab'ian estado acondicionando el dominio, previa residencia mauritana que hab'ia pertenecido a un consejero del emir de C'ordoba.

El padre de Marisol pasaba mucho tiempo en la finca de su esposa, reconstruyendo lo que era una casa antigua, pero no pudo terminar el trabajo, al fallecer de impr'oviso por causa del agravamiento de una enfermedad.

Ya empez'o el verano. Tras la semana, despu'es de un viaje fatigoso por la tierra de Castilla y Andaluc'ia, pedregosa y quemada por el sol, las viajeras llegaron por fin al lugar de destino, y ante su vista apareci'o una casa grande y silenciosa de estilo mauritano.

La finca se encontraba en la provincia de C'ordoba, a una hora de viaje de la ciudad. El muro exterior de la casa era casi ciego, seg'un la costumbre oriental, s'olo hab'ia ventanillas encima de la puerta; pero detr'as de la casa hab'ia un patio prolongado por un gran jard'in, tambi'en rodeado por una muralla de piedra.

En el patio se encontraba una fuente hermosa, alrededor de ella crec'ian granados y flores. En el jard'in tambi'en hab'ia otras fuentes y glorietas, y adem'as all'i hab'ia una alberca, donde los habitantes de la casa pod'ian ba~narse en los d'ias calurosos del verano.

En ausencia de los due~nos, la casa estaba bajo la vigilancia de un administrador Don Jos'e, y su esposa. Tambi'en hab'ia un jardinero, Don Eusebio. A cargo de ellos estaban los campesinos que trabajaban en la finca cuidando las plantas, c'itricos, granados y vi~nas, cosechando las frutas que se mandaban al mercado, abasteciendo as'i una renta complementaria para la familia Echever'ia de la Fuente.

Las chicas parloteaban y alborotaban con regocijo recorriendo la casa, mientras la abuela Mar'ia Isabel intentaba persuadirlas; en cambio el administrador estaba muy contento ya que en la monoton'ia aburrida de su vida irrumpieron estas dos muchachas tan j'ovenes, alegres y encantadoras, as'i que con mucho gusto les ense~n'o la casa y el jard'in.

Las chicas cansadas y fatigadas por el calor, enseguida se dirigieron a la alberca para ba~narse, a pesar del disgusto de Do~na Mar'ia Isabel.

Despu'es de la comida muy abundante, era de costumbre hacer la siesta y las chicas se alejaron a sus dormitorios para descansar. Por la tarde el administrador prometi'o llevarlas a C'ordoba para ense~narles la ciudad.

Despu'es de que todos los reci'en llegados durmieran bien y tomaran t'e fresco con menta, las chicas comenzaron a escoger vestidos para la salida a la ciudad; se re'ian con regocijo, prob'andoselos y mostrando una a otra sus ropajes, mientras Do~na Mar'ia Isabel las vigilaba y no las dejaba vestirse muy llamativamente.

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