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DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS
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VICTOR ORO MARTINEZ

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Conseguir una cotorra no es f'acil, aparte de que su captura y venta est'an prohibidas. Preguntando y preguntando me dijeron que en la Isla de la Juventud todav'ia se encontraban con facilidad, por lo que prepar'e viaje, saqu'e unos pesitos del banco y una ma~nana de junio me vi navegando hacia all'a.

Logr'e hospedarme en el motel “Las Codornices” en las afueras de Nueva Gerona. La pas'e de maravillas, no por gusto la Isla es Municipio Especial, me quedaba boquiabierto cuando al visitar las cafeter'ias observaba las tablillas de las ofertas totalmente repletas, muy diferente de lo que se ve'ia en la Habana y ni que decir de otros pueblos de la Isla grande, los precios eran adem'as rid'iculos. Me di gusto comiendo bistec de caguama, camarones, enchilado de jaibas, jam'on vikin y mil cosas m'as. Preguntando por aqu'i y por all'a establec'i contacto con un carbonero que me prometi'o conseguirme una cotorrita antes del 24 de junio, dicen que despu'es de ese d'ia, el de San Juan, los pichones que no han logrado abandonar el nido cogen gusanos y se mueren.

El viejo no me quiso cobrar nada, pero s'i acept'o un par de botellas de ron que le regal'e.

Cuando vi a la cotorra de mis desvelos pens'e que me estaban enga~nando. Era un bicharraco feo, sin plumas, apenas unos ca~nones que asomaban sobre el pellejo colorado, una cabeza grande con un pico descomunal, pero lo m'as sorprendente eran los ojos, negros, enormes y saltones. Ten'ia un apetito voraz y emit'ia unos chillidos rid'iculos y estridentes.

Transportar a aquel bicho hasta la Habana era realmente dif'icil y riesgoso debido al severo chequeo que en la Terminal Mar'itima y en el aeropuerto exist'ia siempre y que para esta fecha de saca de las cotorras se reforzaba. Dos d'ias me pas'e cavilando c'omo proceder hasta que se me alumbr'o el bombillo. Fui hasta una de las tiendas de la Calle 39 y compr'e un radio VEF –206, lo desarm'e y en el espacio donde se colocan las bater'ias puse al pajarraco, cab'ia a la perfecci'on, pero chillaba como una pose'ida. Alguien me recomend'o empastillarla, as'i que le son'e un par de Benadrilinas y medio Diazep'an una hora antes del vuelo. Logr'e pasar el chequeo sin problemas, iba muy orondo con mi radio en la mano. Por desgracia hab'ia comenzado a llover y el vuelo se retrasaba. A la media hora Friki, como hab'ia decidido nombrarla, por lo de las pastillas, empez'o a emitir ligeros chillidos y me vi precisado, preso de tremendo nerviosismo a separarme del resto de los pasajeros y comenzar a trastear los botones del aparato como si lo estuviera sintonizando. Si me sorprend'ian con la cotorra la multa no me la quitaba ni el pipisigallo, para mi suerte logr'e que se callara hasta que abordamos el AN-24.

Apenas despegamos desatornill'e la tapa del recept'aculo y la saqu'e para que tomara aire. En ese mismo momento avis'o el comandante de la nave que debido al mal tiempo existente en la Habana era necesario volver a aterrizar en el aeropuerto de Nueva Gerona. Nervios'isimo, cag'andome de miedo, en el sentido m'as literal de la palabra, volv'i a meterla apresurado en su escondite, para este instante ya chillaba como una loca y casi todos los pasajeros deb'ian suponer de qu'e se trataba. Casi a punto de aterrizar, el avi'on volvi'o a tomar altura y enrumb'o definitivamente hacia su destino. Bajo el riesgo de que se asfixiara, pero sin atreverme a seguir pasando sofocaciones, rec'e porque resistiera el viaje y no la saqu'e m'as, sino hasta cuando viajaba en una ruta 31 de Boyeros hacia la V'ibora.

La tuve conmigo m'as de un a~no, era mansita y aprendi'o pronto numerosas palabras, buenas y malas, luego en un viaje que hice a Camag"uey se la llev'e al Pr'incipe, que todav'ia la conserva. En ese 'ultimo viaje andaba cuando muri'o mi abuela, como no pudieron localizarme me vine a enterar casi un mes despu'es. De la vieja lo 'unico que siempre guard'e y guardo fueron buenos recuerdos, peleaba y rega~naba como todas las abuelas, pero conmigo se port'o siempre de maravillas. Ella fue la c'omplice preferida de mis chiquilladas, raras veces me castig'o y cuando me daba alguna nalgada yo sab'ia que estas le dol'ian m'as a ella que a m'i.

A mediados de los ochenta se suspendieron las patentes a los merolicos, se suspendi'o tambi'en el Mercado Agropecuario y muchas gentes comentaban que se iba a implantar otra vez la Ley contra la Vagancia. Entrabamos en lo que se llam'o Proceso de Rectificaci'on de errores y tendencias negativas. Se hicieron famosas las operaciones policiales contra los acaparadores e intermediarios, de esa fecha fueron los casos de Pitirre en el alambre y otros de gran connotaci'on p'ublica.

Supuse y supuse bien que todo aquello no era sino otra fiebre m'as y decid'i permanecer tranquilito. Muchos de mis socios se pusieron enseguida a conseguir una pega cualquiera que les protegiera las espaldas. Yo no, lo que hice fue disminuir mis operaciones y en consecuencia mis gastos tambi'en porque en realidad nadie sab'ia cu'anto iba a durar aquella situaci'on.

Como trapichar en la calle se volv'ia cada vez m'as peligroso y menos beneficioso ide'e un negocito f'acil y que llamaba poco la atenci'on. Compr'e un motorcito el'ectrico, lo mont'e en una tabla mediana y le puse una piedra de amolar. La pr'actica y habilidad como amolador la adquir'i despu'es de joder unos cuantos cuchillos y tijeras de mis vecinos de albergue, a los que por supuesto no les cobr'e el servicio. Cuando me sent'i capaz y seguro lo ech'e todo en un bolso viejo y sal'i a la calle, por l'ogica, debido a las prohibiciones no me anunciaba, pero iba tocando puerta a puerta anunciando mis servicios. Por regla general en todas las casas hay siempre unas tijeras, machete o cuchillo que amolar, as'i que aunque el promedio de los que aceptaran mi oferta fuera de cuatro a uno, cuando llevaba visitadas sesenta o setenta casas lograda una buena clientela. Por los machetes cobraba tres pesos, dos por las tijeras y uno por los cuchillos. Tuve d'ias de hacer hasta cincuenta pesos, era un negocio totalmente rentable, pues consum'ia la electricidad de los propios clientes y el trabajo lo realizaba dentro de las viviendas, lejos de las miradas de curiosos y chivatos. De esta manera sencilla pude hacer crecer de nuevo mi cuenta. As'i me mantuve casi dos a~nos y no me aburr'ia porque daba buenos dividendos y adem'as porque trabajaba cuando me parec'ia. Yo no s'e c'omo hay tanta gente, la mayor'ia, que soportan el castigo del trabajo diario, con un horario estricto y unos sueldos rid'iculos, aguantando los caprichos de jefes ven'aticos y sobre todo teni'endose que fajar a diario con las guaguas.

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