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Por mi parte le dije que era hu'erfano desde peque~no, que hab'ia tenido una mujercita, pero que muri'o en el parto de nuestro primer hijo, que estaba destruido emocionalmente y que por eso hab'ia abandonado mi pueblo, huyendo de los fantasmas del pasado, que ahora andaba errante y sin punto fijo donde vivir. A pesar de todas sus desgracias el viejito no hab'ia perdido su sentido del humor y cuando hubo descansado un poco me agasaj'o con un caf'e reci'en colado que me supo a gloria y mientras se le iluminaba el rostro con una p'icara sonrisa me dijo.
_ T'u y yo somos como una tuerca y un tornillo, cada uno por su lado no servimos para nada ?Por qu'e no te quedas a vivir aqu'i un tiempo? As'i me ayudas y te ayudo.
Vi los cielos abiertos con su proposici'on, pero para darme aires de honesto y desinteresado comenc'e por rechazarle la oferta. Tanto me dio el viejo hasta que por fin le dije.
_Vamos a probar. Yo no soy muy buen cocinero y como amo de casa nunca me he probado, as'i que usted que tiene m'as experiencia, sus gustos y resabios me va diciendo lo que le gusta y lo que no, hasta ver si la cosa funciona.
Fue incre'ible la cantidad de trastos y cacharros que saqu'e con la primera limpieza que hice en aquel cuartucho: botellas vac'ias por docenas, trapos, revistas, zapatos sin parejas, un tibor lleno de huecos, ollas de hierro y aluminio tiznadas, requemadas, latas oxidadas y mil cosas m'as. Despu'es consegu'i una tanqueta de lechada y le met'i dos manos de pintura a las paredes, destup'i los ca~nos, remend'e la puerta, asegur'e escalones, desinfect'e el piso, cambi'e bombillos por l'amparas de luz fr'ia. Al cabo de una semana los pocos vecinos que lo visitaban miraban sorprendidos c'omo hab'ia cambiado aquello desde que vino a vivir con Sim'on su sobrino.
Fui a visitar a mi madre y abuela a las que encontr'e bien de salud pero preocupadas por mi larga ausencia, las tranquilic'e como pude y regres'e con los documentos necesarios para instalarme en la Habana. Tan buena era mi suerte que a la vecina nuestra por el lado derecho, la del final del pasillo le dio un patat'us y guard'o el carro. El mismo Sim'on se encarg'o de hacer la solicitud del cuarto, ahora vac'io, por colindancia y al cabo de un mes se lo autorizaron. Abr'i una puerta de comunicaci'on en la pared que los separaba y nos vimos en posesi'on de un local bastante bien conservado. Los funcionarios de Vivienda se llevaron todo lo servible que encontraron all'i para entregarlo a otros casos sociales, por lo que entonces nos sobraba espacio o nos faltaban muebles que es lo mismo.
Sim'on con mis cuidados se restableci'o bastante y hasta engord'o un par de libritas, le mand'e a hacer nuevos espejuelos y personalmente le curaba las f'istulas en su espalda. Cuando le estaba tomando cari~no se muri'o. Amaneci'o un d'ia tiesecito y frio, infarto del miocardio.
Apenas tuve los papeles de la vivienda a mi nombre pens'e mudarme de all'i, pero la envidiable posici'on del lugar me hizo desistir de la idea y empec'e entonces a buscar trabajo. Encontrar una pincha suave, que tenga buen salario y donde se puedan resolver cositas extras no es f'acil, de eso me di cuenta cuando me met'i casi tres meses busc'andola y no apareci'o. Ya los fonditos que hab'ia tra'ido de la casa y los pocos pesos que dej'o Sim'on debajo de una colchoneta se hab'ian esfumado o m'as bien fumado. A diario hac'ia un par de pesos vendiendo hielo a otros vecinos que no ten'ian refrigerador, pero aquello no satisfac'ia mis aspiraciones.
Un vecino me propuso vender ron, otro carne de res, otra cemento de una micro brigada, pero ten'ia terror de que me sorprendieran in fraganti en aquellas ilegalidades y fuera a parar a la c'arcel, de esa siempre me cuid'e. Por fin recal'e de operador de una m'aquina conformadora de pl'astico con un merolico que fabricaba argollas, aretes, hebillas de pelo, pozuelos, peines y mil baratijas m'as. Aparte de recibir diariamente veinte pesos de salario pod'ia llevarme alguito, que luego vend'ia por mi cuenta, por lo tanto en general escapaba con unos treintaicinco o cuarenta pesos cada d'ia. Una verdadera fortuna para la 'epoca.
Ahorrando al m'aximo al cabo de tres meses ten'ia ya casi cuatro mil cabillas, que dos meses despu'es ascend'ian a doce mil. Tuve la suerte adem'as de que me sorprendiera en la Habana el alboroto de las salidas masivas para los Estados Unidos por el Mariel. Un hermano de mi patr'on era cantinero de una de las villas tur'isticas de Guanabo, creo que de Playa Hermosa y lo o'i diciendo que necesitaban un ayudante de cocinero contratado para darle servicio a los tripulantes de las miles de embarcaciones recaladas en el puerto. Enseguida me ofrec'i, qu'e t'itulo ni un carajo, le dije, a ti lo que te hace falta es un cocinero y ese soy yo. Su hermano logr'o convencerlo de que yo era responsable y trabajador y me acept'o.
Dos d'ias despu'es estaba balanceando mi mareo inicial en un barco langostero, uno no, dos barcos unidos por fuertes cabos trenzados, que fondearon en el centro del puerto y que fung'ian como 'area de venta. Con la mentalidad de hoy all'i hubiera hecho un pan, pero en aquel entonces si te cog'ian con un d'olar en el bolsillo, aunque fuera con uno solito te buscabas una salaci'on. De todas maneras siempre pude escapar como se dice, baste decir que a diario, despu'es del cuadre entreg'abamos m'as de cinco mil fulas, aparte de dos mil o tres mil pesos cubanos, s'i, porque los que hac'ian su segundo o tercer viaje yo no s'e c'omo se las arreglaban para andar con dinero nacional.